Elogio al reino natural y la savia nativa.
“Aunque tengamos higuerales, y el pomar, y la viña que va hasta el horizonte, y toda una monarquía de coníferas, el paisaje de Chile sigue siendo para los pintores el turno conjugado de álamo y sauce sobre chatos cereales.”
Gabriela Mistral, Recado sobre la Alameda Chilena. (fragmento)
Habitualmente cuando imaginamos el territorio, este viene a nuestra memoria como una suma de imágenes donde solemos advertir el paisaje natural, los seres que lo habitan e incluso, la vegetación del cual está hecho. El fragmento de Gabriela Mistral (1889-1957) que abre esta presentación, no hace sino que reafirmar esta idea de cómo ve la poesía y por extensión, el ojo público, la imagen que el artista visual tiene del reino natural.
Sin embargo, en el mundo globalizado del siglo XXI cuando intentamos referirnos a este universo, este comparece como una suma de imágenes y laberintos donde se van entrecruzando las ideas tradicionales que esa mirada pública tiene sobre el particular, y también las idealizaciones, sueños e ideas, provenientes de infinitas experiencias a las que el artista de hoy se ve sometido. En otras palabras, como en su momento le sucedió al pintor y escritor Adolfo Couve (1940–1998) en su escrito La Comedia del Arte: “La significativa alegoría del argumento desequilibraba el texto” (1), por lo tanto fue mejor dar paso a hablar del tema en lugar de narrarlo.
Elogio al reino natural y la savia nativa es una mirada actual desde la pintura, la gráfica y el arte objetual al paisaje, su naturaleza y a quienes lo habitan. De ahí entonces, cada uno de los convocados es capaz de ver en el gran espectro natural, el fascinante universo donde el arte se entrelaza a las ciencias naturales como una búsqueda de armonía poética entre los seres vivos y los reinos vegetal y mineral.
Al revisar la amplia disposición de trabajos bidimensionales, de corte realista en una pintura que galantea a la gráfica, Loreto Carmona propone un estudio exhaustivo a las aves y animales que pueblan nuestra geografía. Son criaturas que se muestran ante nuestra mirada como un pausado orden de semblantes, algunos de las cuales nos seducen por su plumaje o simplemente por esa fragilidad en su delineamiento físico que el trazo de la artista pacientemente se encarga de hacernos considerar.
Si tomamos como punto de referencia su disposición de obras, descubriremos que ha sido realizada a la manera de un gabinete de curiosidades, ámbito donde el juego de grises no es otra cosa que el reflejo de la mesura de su atisbo frente al fenómeno natural que destila un ojo escudriñador, atento y racional, preocupado de dar a conocer la identidad del retratado a la manera de los pintores viajeros del siglo XIX. Incluso, algunos de ellos, en sus visitas a esta parte del mundo, establecieron lazos imperecederos en torno a cómo escrutar la flora y fauna local.
Algo de ese ojo analítico y minucioso de Loreto Carmona se observa en el trabajo instalatorio y objetual de María Ignacia Edwards, donde cada rincón del muro expositivo se convierte en un campo de pruebas para sostener los dibujos, fotos y apuntes de los objetos encontrados en sus viajes por el paisaje de Chile. Son testimonios de la soledad y vastedad del norte o de la inmensidad del litoral central, pero siempre apelan a un territorio rico en piedras, objetos curiosos y restos vegetales, muchos de los cuales son la base para su trabajo desde el arte de la recolección. Esta atalaya creativa es la que le permite a la artista preguntarse por aquello que llamamos orden, o bien una meditación acerca de si el caos es otro tipo de cosmos.
Mirar un trabajo suyo es en cierto sentido dejarse llevar por las sorpresas que nos dan las cosas de este mundo aparentemente conocido, haciéndonos cavilar en las regiones invisibles de nuestro paisaje. Así, con su proceder, establece una cercanía poética y visual al desarrollado por Cecilia Vicuña cuando declama: “¿Y si yo dedicara mi vida a una de sus plumas, a vivir su naturaleza serla, y comprenderla hasta su fin?” (2)
Hablar de paisaje y montaña es referirse al trabajo plástico de Javier Molina, un pintor fascinado en las posibilidades del viaje como tema inherente a su cuerpo de obra. Por lo mismo, su gesto seduce desde la aparente simpleza con que captura cada una de las aves, árboles y paisajes en su bloc de notas, para luego transformarlos en imágenes de una flora y fauna genuinamente local. Lo anterior, el artista lo toma como punto de partida para investigar en el arte figurativo de corte expresionista y para hacerse cómplice de la reflexión del pintor alemán Markus Lüpertz cuando expone: “Tengo el deseo de la luz, pero estoy en la sombra.” (3) De esta manera, covierte su actitud, aparentemente retraída, en una forma de vida, en términos de reconsiderar las posibilidades del color intenso de la imagen pintada frente a la transparencia de la estampa digital.
Lo anterior puede ser entendido como un corolario que viene a completar la narración de un breve diagrama de trabajo, proveniente de tres artistas con miradas distintas y distantes en un origen formador, pero actuales en un eterno presente que, desde la contingencia, asume la necesidad de recobrar la actitud de habitar en armonía con el reino natural.
Carlos Navarrete
Santiago, octubre de 2013
Notas:
1.- Adolfo Couve, “Camondo en los infiernos”, La Comedia del Arte. Editorial Planeta Santiago. 1995. p. 19
2.- Cecilia Vicuña, Precario / Precarious. Tanam Press. New York. 1983
3.- Miquel Alberola, “Tengo el deseo de la luz, pero estoy en la sombra” , diario El País. Madrid. Enero 07, 2008.
Fechas: | 7 de noviembre 2013 al 7 de enero 2014 |
Horario: | Lunes a sábado, 10 a 20 hrs. |
Lugar: | Ex Sala Blanca. |
Entrada: | liberada. |
Convenios: |