El proceso cultural de síntesis entre España y el virreinato del Perú dio origen a un arte peculiar, cuya apreciación dejó atrás la polémica entre eurocentristas e indigenistas para centrarse en su investigación, puesta en valor y difusión. Hoy el arte virreinal o colonial se posiciona, con su expresiva visualidad, en la adaptación al ámbito del sur andino, y su rica densidad de significaciones e iconografías, técnicas y materiales, dentro de la temática religiosa predominante.
El valioso conjunto de piezas de la Colección Joaquín Gandarillas Infante que integran pintura, escultura, platería y mobiliario, entregado en comodato a la Pontificia Universidad Católica de Chile, constituye un patrimonio de alcance regional que da cuenta de la extraordinaria calidad y belleza de estas manifestaciones en nuestros territorios, a la vez que posibilita adentrarse en su memoria histórica y en su identidad compartida.
Lentamente el arte virreinal cobró presencia en el panorama cultural chileno. En 1965, la publicación de la Historia del Arte en el Reino de Chile y la formación del Museo Colonial de San Francisco en 1969, constituyen hitos. Con la colaboración de algunos sacerdotes y la gestión de un grupo de coleccionistas, arquitectos y estudiosos, se logró organizar las colecciones artísticas franciscanas y abrirlas a público. Es allí donde la figura de Joaquín Gandarillas reafirmó su vocación y orientó su rumbo. Su mirada sensible y perceptiva le permitió atender a los valores genuinos del arte virreinal. El criterio contemporáneo y tradicional con que seleccionó su patrimonio artístico, puso en jaque al antiguo “buen gusto” europeizante de la elite chilena, y lo confrontó a su contracara cultural: el barroco mestizo.
Son múltiples los rasgos a destacar en esta colección como la belleza de sus piezas, la amplitud de formatos, materiales y técnicas, y la singularidad del sello regional. No obstante, el espíritu unificador es lo religioso, en su acepción católica, mestiza y virreinal. Es en la búsqueda y en la contemplación dentro del contexto de estas obras, fervorosamente devocionales, donde la imagen sacra o el gesto litúrgico que rescata Joaquín Gandarillas quedan trascendidos.
La extensión de la doctrina cristiana encuentra uno de sus grandes aconteceres en el descubrimiento y conquista de América. Esa magna empresa donde las lógicas de la época aúnan la espada y la cruz, hace de la imagen pintada, esculpida y grabada en su despliegue por territorios americanos, un instrumento fundamental de enseñanza y adoctrinamiento. En una época de cultura visual y oral, el gran elenco de personajes divinos, figuras sacras y objetos litúrgicos de la transculturación cristiana al Nuevo Mundo, comunica a los habitantes originarios el lenguaje de sus símbolos sagrados.
Venciendo la inmensidad geográfica y las dificultades de contacto con los pueblos autóctonos, los primeros crucifijos y las imágenes milagrosas de las vírgenes viajan a través de las montañas del sur andino en una arriesgada labor misionera que redunda en creaciones artísticas que imbrican la cosmovisión hispánica y la indígena. La multiplicidad de etnias que habitan estas tierras, sus niveles de cultura y civilización material, y las creencias que los orientan, plantean al cristianismo nuevos desafíos en la evangelización.
En los años de la Reconquista hispánica, en que Europa ve quebrarse la unidad cristiana, al arte se le pide luchar y afirmar; refutar y atraer, en una estrategia retórica que lo acucia a ser discurso, demostración y seducción. El movimiento, iniciado en el siglo XIV, se yergue como una fe de prácticas, cultos y devociones que apelan a los sentidos, a la imaginación y a la emotividad y las imágenes avivan las percepciones sobre el misterio y lo divino.
El nuevo realismo que impregna la vida de ese periodo se manifiesta en espíritu del barroco, que lleva a la representación de lo humano en tensión hacia lo divino y lo sagrado en descenso e incorporación a lo cotidiano. La pintura y la escultura hacen sensibles los momentos de la intervención de Dios en la vida terrena del hombre: celebran el milagro, el martirio y el éxtasis, y enseñan a superar el temor a la muerte con renovada y potente imaginación de la trascendencia.
Este proceso ha planteado también el desafío de nuevas relaciones y reconversiones entre verdades y figuras sagradas católicas y creencias precolombinas relacionadas a las fuerzas naturales. Los ángeles, astros y planetas inician en el arte una trayectoria cósmico-teológica; las fuerzas telúricas de la cordillera de los Andes y la Virgen María se ven implicadas en un itinerario de metáforas visuales cristiano-aborígenes; y la flora y fauna se imbrican en la búsqueda y recuperación del jardín del Edén, el Paraíso.
La amplitud de temáticas e iconografías religiosas, formas expresivas, técnicas y materiales de la Colección Joaquín Gandarillas, y la distinta procedencia de las obras que la integran, constituyen los rasgos de este conjunto excepcionalmente representativo del patrimonio virreinal surandino, testimoniando la magnitud de la labor cristianizadora, así como el alcance de los desafíos emprendidos y la calidad extraordinaria de la respuesta artística.
Isabel Cruz de Amenábar. Dra. en Historia del Arte, curadora de la Colección Joaquín Gandarillas.
Fechas: | 28 de junio al 26 de agosto 2018. |
Horario: | Martes a domingo, 10 a 18.45 hrs. |
Lugar: | Museo Nacional de Bellas Artes (José Miguel de la Barra 650, Santiago) |
Entrada: | Entrada liberada. |
Convenios: | -- |